No guardo sentimientos de ninguna índole para con el club de la capital española. Sería ingenuo de mi parte envolverme en colores que no representan, por sus orígenes culturales diferentes (del club y los míos), por la distancia y por la relación que no trasciende la de un equipo de (buen) fútbol y un observador imparcial. Sé que varios españoles alguna vez han ingresado al blog y por eso quiero dejarlo bien claro.
El caos vivido en estas horas en la denominada Casa Blanca tiene un doble origen. Uno, mediato, se ubica en la trágica eliminación, en condición de local, a manos del Olympique de Lyon, equipo a todas luces inferior al anfitrión, pero con una generación de jugadores con más de ocho años jugando en la institución, un plan de juego exitoso, una profundísima inteligencia para adaptarse a los vaivenes del partido y, sobre todo, oportunismo para pegar cuando mas duele.
El partido, a resumidas cuentas, puede resumirse en dos partes casi antinómicas, cada una de 45 minutos. Es inexplicable cómo el Madrid no se fue al vestuario con dos o tres goles de diferencia. La impericia de Higuaín para anotar - se vio negado en dos ocasiones - fue quizás la principal causa, que oculta, no obstante, carencias a nivel de la fabricación de situaciones. Tener la pelota como la tuvo el próximo ex equipo de Pellegrini, subyugando al rival a verla circular, no significa necesariamente una efectividad alta en arco rival. El local padeció eso y dejó crecer moralmente al visitante, que al salir de la charla técnica se vio en instancia de tiempo extra, y en consecuencia encaró el complemento mejor parado y predispuesto, desnudando falencias defensivas (sobre todo por el costado de Albiol), y empatando el partido. Cuando el Merengue desesperó por empatar, el equipo francés se replegó y pudo ganarlo pero marró dos chances clarísimas de gol.
Se gestaba así, el escándalo. El partido finalizó 1 a 1.
Habría que disponer, no obstante, de un segundo punto de nacimiento de esta crisis que vive el conjunto Galáctico. Origen que no puede datarse con exactitud, al no partir de un hecho deportivo concreto, pero tiene que ver con la imposición de una filosofía, un pensar empresarial mediante el cual se ha manejado la institución durante los últimos diez años.
Conocido es el poderío económico y futbolístico del que ha gozado el Real Madrid en una dimensión histórica. Sin embargo existe un punto de inflexión (que quizás coincida con el equipo de Estrellas conocido como "los galácticos" de comienzos de la pasada década) caracterizado por la inyección masiva de millones y millones de dólares en pases de jugadores top. Fueron Zidane, Beckham, Ronaldo, años atrás, y hoy lo son Kaká, Benzemá, Cristiano Ronaldo. Esta sucesión de récords impensados por fichajes se puede comprender, además de como una doctrina, de un fuerte compromiso para el bienestar deportivo del club desde su cúpula. Pero por algo es tan popular el fútbol, y es porque no es así de sencillo. Su carácter imprevisible multiplica las variables y hace a proyectos como el encabezado por Florentino Pérez pasibles de error.
La pulpa de la naranja, claramente, son los resultados. Inversiones multimillonarias demandan éxitos instantáneos y rutilantes. No fue extraño ver profesionales de ambos lados del banquillo siendo cesanteados o prescindidos, luego de sumas importantes desembolsadas - y avaladas por la jugosa chequera - para contar con sus servicios. Múltiples carnavales mediáticos y parafernalias para recibirlos y mimarlos como estrellas, los atacaron deslealmente y sin piedad al momento de fracasar. Hecho que lamentablemente se repitió en los últimos años.
La noción de grandeza del club exagerada hasta el fanatismo no hizo más que daño. Quienes concibieron y acuñaron la fantasía también son responsables. La quimera que el Real Madrid ha hecho de sí mismo tiene garras y devora corazones humanos. Cada temporada han desfilado culpables descartables, últimos eslabones de una cadena cruel, mientras que los peldaños de arriba se han mantenido impolutos. Paradójicamente, hace casi diez años que reina un proceso; el de los resultados mágicos e instantáneos, el derroche decadente y la nula autocrítica. Es necesario para semejante institución aminorar la marcha y apostar al largo plazo que, por presupuesto, disposición y tiempo, puede proponerse y que tantos réditos le supo dar a lo largo de su rico transcurrir deportivo, sin deshacer por capricho decisiones anteriores, también tomadas de manera caprichosa.
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