miércoles, 19 de agosto de 2009

Ecos.

Recién sacada del horno, la sentencia final del maratónico juicio a los culpables/responsables de la tragedia en el boliche República Cromañón, en el contexto de un recital de Callejeros y acaecida el 30 de diciembre de 2004, hace casi cinco años, tuvo repercusiones esperablemente violentas. 194 personas, cabe recordar (cabe no olvidar), perdieron la vida ese mismo día.

Cuando sucedió todo esto, tenía yo 14 años. Tardé en elaborar una conclusión lo que se tardó en buscar material de relevancia en el proceso judicial, es decir, unos dos años. Ya con 16, siendo un adolescente medianamente totalitario, quizás por un paternalismo primal supuse que la única justicia posible era la de una "condena ejemplar", por ejemplar entiéndase larga, para todos los actores del juicio: banda, representante, funcionarios sobornados, comisarios, Omar Chabán (dueño del lugar), público (?).

Callejeros no era en ese momento (ni lo es hoy) un grupo que me simpatice. No tocan el rock del que gusto. Menos gracia me traían sus simpatizantes, a quienes veía (y en varios casos sigo viendo) a los mismos groupies alienados, cultivados en una especie de mística rockera basada en el mismo criterio que el del Aguante en las barras bravas. Su concepto de recitales como rituales, misas, para acentuar su sentido de permanencia es constantemente explotado por los grupos en ascenso que abusan de esto para afianzarse. No es algo que me incumba, pero en ese momento, allá por 2006, tuvo una desacertada influencia en mi valoración, errada por muchos costados, pero mía al fin.

Mucho tiempo después, algunas cosas han cambiado. Sigo siendo contemporáneo de quienes hoy fueron a aguantar a Callejeros en las puertas de Tribunales. No soy capaz de enmarcarme en el dolor de haber perdido un familiar, o un amigo, el día de Cromañón. Eso no me pasó. No obstante, sí soy capaz de considerar algunas cuestiones.

Curiosamente el/la muchacho/a que desató el incendio en cuestión ni siquiera fue procesado.

La banda, blanco mayúsculo de controversias, ataques y defensas, fue absuelta. Ninguno de los músicos purgará una pena en prisión; sí su representante. Deberán, sin embargo, desembolsar $121,600 en plan de indemnización. No sé si cada uno, o entre todos, pero ese es el monto que escuché en la sentencia.
Supongo que en cinco años hubo tiempo para discernir si los integrantes del grupo sabían, en efecto, de las falencias en la infraestructura del lugar o de la superpoblación de simpatizantes dentro del mismo. Se supo que desde el mismo seno del grupo se incentivaba el uso de pirotecnia, y eso sí es culpa. El usar pirotecnia tiene que ver con una especie de pseudo-show, un "segundo espectáculo" que supuestamente el público brinda, mediante "la fiesta" que pueda armar la masa de seguidores que se congrega en torno a uno de estos recitales. De ahí la correlación con las barras de equipos de fútbol, que alientan "al club" y no al equipo, y se vuelven hinchas de la hinchada. Vamos a suponer, entonces, que los encargados de tocar no estaban enterados, y que al manager es a quien se le paga por ocuparse de esas cosas. Aún en ese caso hay que decir que lo que le pasó a los fanáticos de Callejeros quizás le hubiera pasado a fanáticos de otros grupos, que quizás también acostumbran usar bengalas como artificio.

Pensando en esto, es sencillo entender el por qué de la indignación de aquellos padres hijos de fallecidos en el accidente. Pero dentro de un límite racional. Quizás es demasiado para que alguien sin hijos como yo lo entienda, pero no puedo evitar ver la reacción de los familiares de las víctimas como presas de una respuesta emocional virulenta, que no entiende de razón, y que pide muertes o perpetuas sólo para mitigar el dolor de dichas ausencias. La condena ejemplar no es necesariamente la más larga.

Hay armas para un reclamo. Existen apelaciones a sentencias, que pueden llevar el juicio a instancias superiores, como ser la Corte Suprema. Es el germen de la violencia instalado, tantas veces mencionado en este blog, el que deriva en consecuencias como las que se vieron tristemente en la TV.

Tampoco sé por qué motivación ideológica, religiosa, o de cualquier motivo fueron esos chicos a Tribunales, a bregar por la Libertad de los integrantes de Callejeros. Ni me interesa saberlo. Sólo me provoca dudas saber por qué, qué tenían que hacer ahí, a qué se dedicaban, cuántos años tenían en 2004.

Y por último, cabe destacar el proceder de la peor lacra que hostiga al país desde tiempos inmemoriales: el Grupo Clarín. Ver el informe en TN me provocó una repulsión inusual; el latiguillo "194 muertos, ningún preso" que se vio de cabecera, en clara alusión a una inoperancia de la justicia de este gobierno (al que tampoco adhiero) con el que mantiene un enfrentamiento abierto, debería sumar muchos puntos para que el multimedios más poderoso del país se ponga en contra al consumidor con dos dedos de frente. Semejante falta de respeto ante lo sucedido con tal de dar un golpe bajo a un gobierno es el arma más despreciable que puede usar un formador de opinión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La observaciones son agudas e inobjetables. Coincido. Siempre creí que el dolor de las pérdidas requerirían una reparación en la forma de una sentencia que nunca iba a ser suficiente, fuera cual fuera. Es que perder un hijo no tiene nombre. Incluso condenar inocentes cabría para estos casos, pero siempre sería insuficiente. Por eso no me hubiera asombrado cualquier forma que tomara esa sentencia.
Me sorprendió el enfoque sobre los grupos con características tribales, no me lo hubiera imaginado. A priori también coincido pero voy a necesitar procesarlo un poco mejor, con un poco más de tiempo.-
Finalmente, lo de los medios ya resulta patético.-
Medios que en otras épocas presumían de objetivos resultaron a la postre amarillistas y clientelistas políticos sin atenuentes ni escrúpulos.-
Se aprovechan una de las carácterísticas más tristes de la gente: su condición de masa.-
A la gente en masa no le gusta pensar, es más cómodo dejar que lo haga otro porque les dá la oportundidad de adherir y luego disentir sin remordimientos. Incluso cruzar a la vereda de en frente y hacerce enemigo: una volubilidad indigna.-
Por lo menos terminó este show que desvió la atención de muchos hacia temas más relevantes. Esto sin discutir el legítimo dolor de los familiares de fallecidos.-