miércoles, 9 de septiembre de 2009

Paraguay 1 - Argentina 0.

Es difícil analizar este partido, en frío, más cuando terminó hace apenas una hora, Argentina está en posición de repechaje - emulando aquellas fatídicas eliminatorias del mundial '94 - y, más importante inclusive, considerando que entraron Palermo y Schiavi. Mucho peor me pondría si pensara que la transmisión del canal 13 los consideraba a ambos como los capaces del milagro.

El encuentro no tiene mucho para decir. Fue un equipo hecho y derecho contra un rejunte de casados. Un rejunte que tiene unas falencias en la última línea que, de tratarse de otro equipo, haría las delicias de la familia toda, a saber:
  • Total incapacidad para salir jugando, sumado a un talento natural para tirar la pelota al medio y dividirla (e incluso perderla) ante la mínima presión de los delanteros rivales.
  • Permeabilidad para las marcas uno a uno. Para evitar que Salvador Cabañas (jugadorazo) penetrara en el área, había que ponerle tres marcadores, Mascherano, un balde de cerezita y doble capa de membrana.
  • Total displicencia de los laterales, de partido mucho más que olvidable. Subidas intrascendentes y nulo compromiso para volver a cerrar las espaldas de los centrales (que no nos olvidemos que son Heinze y Dominguez) y, siendo ellos los únicos escuderos de cada costado (jugamos sin carrileros el segundo tiempo), prácticamente regalamos las bandas todo el partido.
Dicho ésto, sabemos que el medio mucho no puede hacer. Sumando catástrofes para los volantes, hay que volver sobre la tópica de los volantes laterales. Jugó Verón de 8, que tiene menos recorrido que el trencito de Puerto Madero. Un tipo que es volante central y tiene 34 años que hizo lo que pudo y otra vez buscó zafar del escarnio que hago (?) hoy acá en este descargo. Argentina tuvo los mismos defectos que tuvo en el último partido de la era Basile. Y eso es culpa de Maradona. Los mismos jugadores que hicieron historia al perder con primera vez con Chile por eliminatorias son los que pasaron un papelón hoy. Si el fútbol nacional posee "la generación más prolífica de su historia" no se nota. El recambio ya es una exigencia.

En fin, la línea del medio la completaban Gago que volvía a la titularidad, y Dátolo que poco pudo aportar, considerando que su mejor complemento al equipo era el remate desde afuera, y ésta vez ni probó. Ninguno de los tres tenía indicación de marcar y, salvo Verón, ninguno lo hizo. Por eso Mascherano volvió a quedar pagando y, aún jugando un partido sin dudas horrible, se las ingenió para recuperar. Contra un mediocampo que funciona corriendo como el paraguayo (que además era una línea de 5) era esperable perder el duelo en esa zona y que el equipo quedara descompensado. El fútbol son números y líneas rectas; hay que ganar mayoría numérica y jugar con las diagonales por los costados para llevarse marcas y, valga la redundancia, tener más jugadores propios que contrarios en determinados sectores de la cancha. Argentina perdió todas las divididas por no jugar con inteligencia y raspando cuando tenía que hacerlo.

Los delanteros, siguiendo esta cadena de "razonamiento" (porque sigo caliente, aún tratando de entregarme a la objetividad), es aún más que esperable que tengan que hacer un partido a 30 metros del arco defendido por el buen arquero que es Justo Villar. Pero si a todas las falencias del andamiaje mencionadas a nivel de los jugadores atrás de los puntas le sumás un mal posicionamiento de los mismos, ahí decididamente hablamos de un gol como la concepción de un milagro.
Aguero jugando como siempre en la selección (en un puesto ajeno a su naturaleza y, por ende, muy mal), un Messi que tiene que lidiar con su propia frustración, la inercia de sus compañeros y cuatro marcadores para poder hacer algo que nunca llegó, jugando por momentos en el círculo central y partiendo desde ahí. Muy lejos.

En fin, durante los 90 minutos tuve la impresión de estar ante la inminencia del primer y segundo gol paraguayos, éste último ausente al final, debido a la claridad pasmosa para llegar al área de los dirigidos por Gerardo Martino. El gol que nos hacen es una perla digna de un discípulo de Bielsa; tres toques de primera, rotación, triangulación y pivoteo. Los centrales que entran en la joda como locos y se van a encimar, dejando a Haedo solo, que lo fusila al pibe Romero (lo vi bien) y sentencia la historia. Antes de eso, el arquero que se come a Eliana Guercio juega en el AZ holandés había intervenido en dos situaciones clarísimas, con sendas pelotas impactando en el palo.

Si ya era difícil esperar una reacción, Verón se fue expulsado, supongo que por protestar como un boludo (hacía quince minutos que jugaba de garpe) y el equipo, aún mostrando una mejora, ni mosqueó, podríamos decir. No hubo llegada al gol, no hubo sorpresa, irrupción de un volante o un lateral (¡JA!) y Argentina siguió con el mismo argumento monocromático y deslucido: tirar centros al lungo... que no estaba. En el segundo tiempo entró Lavezzi, dando un poco más de la misma intrascendencia que aporta Tevez o Aguero, pero un poco mejor ubicado y con más contacto con la pelota.

Después, entraron Palermo y Schiavi. Y entre ambos pudieron convertir en el último minuto, pero Schiavi no pudo estirarse a conectar el cabezazo del 9 de Boca. Que dos jugadores que están de vuelta y tienen 36 ambos hayan sido los que entraron para dar el batacazo, terminaron de cerrar mi impresión de que el equipo había tocado fondo.

Argentina no puede clasificar, ya, sin depender de otros resultados. Al menos no directamente. Si bien seguimos pensando en positivo acerca de la clasificación a Sudáfrica, esta tanda de partidos no hace más que abrir interrogantes que necesitan sangre nueva (?) para ser contestados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un triste espectáculo. Vergonzante. Siempre supe que la camiseta de la selección pesa una tonelada pero para defenderla hay que poner por lo menos agallas.-